Por Gabriel
Vargas Zapata
<<La cámara para mí… es como el lápiz de la vida, que me permite
manipular la realidad, para inventarme una completamente mía>>.
Suena trillado, lo sé, pero si esto no es
una declaración de intenciones, no sé qué pueda serlo. Y si, he escogido una
película completa y descaradamente a juego con nuestro blog :)
Creo que de la inefable Imago mortis (2009) a Krokodyle (2010), a Stefano Bessoni le
unen su debilidad por la fotografía y por la ciencia ficción; le separan kilómetros
de creatividad y buen cine. He hecho el recorrido a pie y está claro como el
agua.
Krokodyle (2010) es tanto pura fantasía como dura
realidad, una implacable reflexión sobre el arte y la labor audiovisual, pero
también una declaración de amor por el cine (¿alguien lleva la cuenta?); y una
comunión entre live action, stop motion, animación, ilustraciones, títeres,
efectos especiales, fotografía fija y música.
La
última vez que vi algo parecido fue en los ochenta, aún era heterosexual y David
Bowie era el prota, y ni por asomo pensaba en retirarsevolver. Hay una clara
influencia del imaginario Henson en el filme; pero además, este es lo
suficientemente genuino como para labrarse su propio lugar en la historia, al
menos en la historia de películas descerebradas, a medio camino entre lo
surrealista y lo absurdo. Se hacen películas así a cada rato. Ejemplo: Where the wild things are (Spike Jonze,
2009).
Más, ante todo, es una fantasía urbana, y
como tal, nos presenta unos personajes muy reales, abandonados en un plano
onírico eso si, que advierte sobre la particular zozobra de un artista que aún
no termina de nacer. Y al mismo tiempo, una crítica al pesimismo y una oda a la
creatividad y a la juventud. Directo al corazón.
Bessoni, hace también de Krokodyle, un cuento patético y
horripilante; se atreve a escarbar entre personajes, o más bien, entre
criaturas de toda índole, hasta encontrar en ellas belleza y un poco de humanidad.
Son asquerosas y adorables, a veces provoca coleccionarlas como a los
personajes de Tim Burton que mucha gente ni saca de sus cajas para que el polvo
no las estropee, y otras veces provoca patearles el trasero y salir corriendo
para que no te pillen, como ocurría con Chucky.
Todavía me pregunto, cómo es qué Bessoni los expone como parte de un argumento
social, que habla sobre la igualdad de los hombres, en lugar de dejarlas en sus
cajas.
En todo caso, la reflexión del artista sin obra, del artista atrapado en
su falta de creatividad, habla de las carencias de un sistema excluyente; yo lo
veo como una vuelta de tuercas a lo
ya planteado en Otto e mezzo
(Federico Fellini, 1963), o cuanto menos, un punto de vista distinto e
igualmente interesante.
Hay que decir también que, lo que comienza
siendo un relato sin ninguna conexión aparente con la realidad, bizarro y,
hasta cierto punto, repulsivo, va acomodándose y trasladando su argumento hacia
una representación realista. En ella, Kaspar (Lorenzo Pedroti), héroe y villano
de su propio cuento, sigue manteniendo conversaciones y relaciones de amor-odio
con los personajes que él mismo ha creado, al tiempo que adquiere conciencia sobre
la vida adulta. Al final, ni él mismo sabrá distinguir los productos de su
imaginario, de los vecinos del bloque, y tal vez allí yace su leit motiv y el de Krokodyle. Algo así como: ¡A la mierda la vida real! Quién la
quiere cuando puedo hacer mi propia película.
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