Después de vivir en Jódar (Jaén), Armilla (Granada), Melilla
y Granada capital, llegué a Málaga pensando en la típica ciudad de playa que no
me ofrecería nada que no hubiese visto ya en los demás lugares cercanos al mar
que había visitado o en los que había vivido. Pero nada más hacer la clásica
visita al centro histórico y los museos me llamó tremendamente la atención
encontrarme con que hubiese un monte tan grande en pleno centro y tan
relativamente cerca del mar.
La cosa es que desde el primer momento en que visité el
Castillo de Gibralfaro y paseé por el monte noté cierta atracción extraña por
esos pasillos que creaban los pinos y eucaliptos. La primera vez que lo vi había mucho sol y demasiadas personas (otros visitantes) para poder
disfrutar del lugar, además no me adentré mucho entre los árboles. Pero por
azar, seguro que no fue por ningún plan divino, encontré el mejor piso (y el
más barato) de todos los que había visitado para alojarme muy cerca del monte,
solo tenía que andar unos doscientos metros y ya estaba entre los árboles. Lo
primero que hice cuando me mudé fue subir a pasear, por la noche era
muchísimo mejor que por el día; no había nadie por la zona y la ciudad estaba
más tranquila, así que casi no se podía oír nada.
Personalmente recomiendo visitar este lugar a todo aquél que
pueda, tiene de todo: un mirador desde el que ver Málaga, un castillo y un
monte lleno de pequeños, sinuosos e inclinados caminos por los que pasear tranquilo.
-Daniel Herrera Torres-
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