Fotografía propia
Cuando observé por primera vez esta fotografía me inspiró inocencia, lo
que me llevó a reflexionar sobre ello. ¿Cuándo perdemos la inocencia?, ¿se
puede recuperar?, ¿Inocencia y experiencia son términos contrapuestos?...
Para entender lo que engloba dicho termino es necesario
conocer que deriva del latín innocens, formado del prefijo
negativo in- y la palabra nocens. Este nocens viene del verbo nocere,
que significa nocivo o dañino. Por lo tanto inocente viene a significar “no
dañino”, “que no hace mal”.
¿Quiénes son
los seres menos dañinos y, por lo tanto, más inocentes? Los niños… Realmente
son "personitas" sabias, ya que
detrás de su inocencia se encuentra la sinceridad, la sorpresa, la ilusión, la
imaginación y la limpieza de su corazón. La inocencia se convierte en la mirada que un
niño da por primera vez a algo, una mirada limpia y crédula.
Qué pena que
la inocencia tenga fecha de caducidad en la mayoría de las personas, qué pena
que madurar signifique abandonar esa sorpresa, confianza y curiosidad tan especial. Además, la época que
nos ha tocado vivir nos ha destruido la poca inocencia que nos quedaba, nos
cuesta creer lo que nos cuentan, hemos perdido la confianza. Nuestra mirada ahora
es compleja, incrédula y poco imaginativa. Seguimos siendo vulnerables, como
los niños, con la diferencia de que nosotros somos
consciente de ello.
Aunque, de vez en cuando, la inocencia se deja ver cuando
escuchamos frases como “la semana que viene os devolveré los pen drive” y nos
las creemos. Sí queridos compañeros, somos tan inocentes que creemos a un
“señor” que, como la palabra que engloba esta entrada, proviene del verbo nocere,
con la diferencia que este personaje no lleva prefijo.
Samuel García Martín
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