El Día de los Enamorados, o San
Valentín, se encuentra siempre en el foco del debate popular cuando
llegan estas fechas. Unos por la premisa económica, otros por el
singular significado de la fiesta, lo cierto es que la fecha no deja
indiferente a nadie: férreos argumentos anti-consumismo, sorpresas
inesperadas, tímidas (o no tanto) declaraciones, recuerdos
agridulces, detalles “únicos” (en el peor sentido de la palabra)
y aislados en el calendario o, como he mencionado, la resurrección
de esa esperanza (sumergida hasta el momento en la resignación) que,
sobreviviendo para mantener la felicidad, intenta sobresalir durante,
al menos, un día al año.
Soy de los que opinan que el 14 de
febrero tiene una clara (y criticable) importancia en el mercado,
pero mi comentario va más allá: creo sinceramente que intentar
establecer una fecha para demostrar el amor es una grandísima
falacia... Pero también lo es argumentar esto mismo viviendo una
vida sin detalles de afecto y con mínimas muestras de cariño. Por
eso no lo censuro del todo, aunque lo considero un número más en mi
agenda. ¡Cualquier día es bueno para amar y participar del amor!
Fabordón
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