martes, 30 de abril de 2013

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¡Tiren de la cadena, por favor!


Esto puede no resultar demasiado serio, pero realmente tiene un trasfondo de verdad y me jode. Estoy cansado de entrar al servicio, pasar de los “meaderos” pegados a la pared, porque están demasiado a la vista y, en serio, no me gusta que me vea la “chorra” todo el que pase por el pasillo. Pero a lo que iba, entro, llego a los cubículos y me meto en uno con las manos preparadas en el cinturón. Cuál es mi sorpresa cuando encuentro un retrete orinado por completo, y cuando digo por completo me reitero en “por completo”; por delante, por detrás, por el suelo, por dentro, por encima, por la tapa…
En fin, salgo del cubículo y me dirijo, sin apartar las manos del cinturón, al cubículo de al lado. Lástima no haberme traído la toalla, porque allí solo faltaba el socorrista para ser una piscina municipal, un váter atorado y la habitación inundada. Sin separar mis manos del cinturón, porque llevo prisa y Agustín va a empezar la clase ya, me dirijo al cubículo de al lado. Diarrea…no, gracias. Repito operación con las manos en el mismo sitio, desesperado, rezando al dios de los que se están meando vivos que el siguiente esté limpio, o al menos que se hayan dignado a tirar de la cadena. Iluso… Entro en el siguiente cubículo y con lo que veo, Tom Hanks se habría tallado una canoa canadiense en “Naufrago”. Total, que salgo de allí, sin retirar las manos de donde las tenía originariamente, y no me queda más remedio que pegarme como una lapa a uno de esos retretes de pared, y cuando estoy en el clímax máximo de desahogo, entra un buen hombre, me mira, sonríe y me dice: “holaaa”. ¿Hola?, ¿HOLA?, ¡QUE ESTOY MEANDO, NO ME HABLES!

F.L.A.S.H.

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