martes, 12 de marzo de 2013

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Bessoni, a crocodile non aggressivi


Por Gabriel Vargas Zapata
     <<La cámara para mí… es como el lápiz de la vida, que me permite manipular la realidad, para inventarme una completamente mía>>.
     Suena trillado, lo sé, pero si esto no es una declaración de intenciones, no sé qué pueda serlo. Y si, he escogido una película completa y descaradamente a juego con nuestro blog :)
     Creo que de la inefable Imago mortis (2009) a Krokodyle (2010), a Stefano Bessoni le unen su debilidad por la fotografía y por la ciencia ficción; le separan kilómetros de creatividad y buen cine. He hecho el recorrido a pie y está claro como el agua.



     Krokodyle (2010) es tanto pura fantasía como dura realidad, una implacable reflexión sobre el arte y la labor audiovisual, pero también una declaración de amor por el cine (¿alguien lleva la cuenta?); y una comunión entre live action, stop motion, animación, ilustraciones, títeres, efectos especiales, fotografía fija y música.
     La última vez que vi algo parecido fue en los ochenta, aún era heterosexual y David Bowie era el prota, y ni por asomo pensaba en retirarsevolver. Hay una clara influencia del imaginario Henson en el filme; pero además, este es lo suficientemente genuino como para labrarse su propio lugar en la historia, al menos en la historia de películas descerebradas, a medio camino entre lo surrealista y lo absurdo. Se hacen películas así a cada rato. Ejemplo: Where the wild things are (Spike Jonze, 2009).


     Más, ante todo, es una fantasía urbana, y como tal, nos presenta unos personajes muy reales, abandonados en un plano onírico eso si, que advierte sobre la particular zozobra de un artista que aún no termina de nacer. Y al mismo tiempo, una crítica al pesimismo y una oda a la creatividad y a la juventud. Directo al corazón.
     Bessoni, hace también de Krokodyle, un cuento patético y horripilante; se atreve a escarbar entre personajes, o más bien, entre criaturas de toda índole, hasta encontrar en ellas belleza y un poco de humanidad. Son asquerosas y adorables, a veces provoca coleccionarlas como a los personajes de Tim Burton que mucha gente ni saca de sus cajas para que el polvo no las estropee, y otras veces provoca patearles el trasero y salir corriendo para que no te pillen, como ocurría con Chucky. Todavía me pregunto, cómo es qué Bessoni los expone como parte de un argumento social, que habla sobre la igualdad de los hombres, en lugar de dejarlas en sus cajas.


     En todo caso, la reflexión del artista sin obra, del artista atrapado en su falta de creatividad, habla de las carencias de un sistema excluyente; yo lo veo como una vuelta de tuercas a lo ya planteado en Otto e mezzo (Federico Fellini, 1963), o cuanto menos, un punto de vista distinto e igualmente interesante.


     Hay que decir también que, lo que comienza siendo un relato sin ninguna conexión aparente con la realidad, bizarro y, hasta cierto punto, repulsivo, va acomodándose y trasladando su argumento hacia una representación realista. En ella, Kaspar (Lorenzo Pedroti), héroe y villano de su propio cuento, sigue manteniendo conversaciones y relaciones de amor-odio con los personajes que él mismo ha creado, al tiempo que adquiere conciencia sobre la vida adulta. Al final, ni él mismo sabrá distinguir los productos de su imaginario, de los vecinos del bloque, y tal vez allí yace su leit motiv y el de Krokodyle. Algo así como: ¡A la mierda la vida real! Quién la quiere cuando puedo hacer mi propia película.

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